viernes, 26 de octubre de 2007

algunos poemas de Santiago Sylvester

Nuestro invitado de noviembre es Santiago Sylvester.
Aquí, algunos de sus poemas.



Historia natural

Un monje está atareado en su propio laberinto,
suspendido por una visión
que le insinúa subvertir la materia:
cambiar la carne por moneda celestial,
el mundo por esta Colegiata de San Isidro
donde giran alternativamente el infierno y la salvación
mientras cruje el armario de los mendrugos.

Otro monje, sentado en la penumbra, come unas uvas
y piensa seguramente en la Historia Natural
cuando dice nada
creó la naturaleza sin su contrapartida
.

De pronto una campana
irrumpe como una disgresión
y los convoca;
entonces el laberinto se adelgaza hasta desaparecer
y las uvas son dejadas en el plato.

Un monje reza, el otro come.
Ninguno de los dos termina su tarea.


El bar del puerto

Tendremos que buscar otra tabla de salvación
ahora que las razones se nos escapan de las manos
y no resuelven el porvenir.
Afuera cae una garúa interminable
y ese humo protege al que indistintamente
prefiere el bien
o el mal
o lo que debe ser;
mientras un hombre mira el mar que retumba
y que no le sirve para nada.

La vida sigue con sus anuncios, aquí y allá,
incluso donde se echa a perder;
y nosotros, a su imagen,
somos el comediante ruidoso, el penitente
con su gorro estrafalario,
el mensajero que desconoce la noticia que lleva.
Gente a manotazos, pero con el orgullo intacto,
con el viejo cuento del ángel caído,
que sin explicaciones llega al borde
y se detiene como puede.


Hamlet en el mercado

También nosotros podemos, como Hamlet,
sostener la calavera
y hacer las conjeturas de la angustia,
preguntas sin paliativo que sólo tienen, como él,
un estado de emergencia.

Algunos, sim embargo, no preguntan:
usan la calavera para abreviar la desgracia.
Ahí está, por ejemplo, ese ciego
que cambia ceguera por conmiseración,
la puta de ojos exagerados que no cree en los hombres
pero los acoge con amabilidad,
el niño-monstruo, el pintor sin brazos,
el sordomudo hábil en juegos adivinatorios,
el gitano de la cabra que saca aplausosde la miseria de ambos.
Cada uno con su calavera,
con su sonrisa en mitad del espanto,
ahuyentando la duda con voluntad socrática,
conociéndose a sí mismo para poder comer.


De Libro de viaje. (Editorial Libros de Estaciones)


El puente

Esa mujer que corre por el puente, ¿no encontrará motivos para regresar?
El señor que camina soñadoramente con un paraguas en la mano, ¿no deja ningún triunfo, ningún fracaso a sus espaldas?
El ómnibus cargado con veinte pasajeros, ¿tampoco volverá? ¿Ninguno de esos hombres que miran por la ventanilla recorrerá el puente en dirección contraria? ¿Nada reclama a nadie? ¿No hay señales a uno y otro lado, fragmentos de un llamado vivaz e instantáneo?

El puente propone un dilema, no un desplazamiento.
La dificultad consiste
en saber si el puente es un comienzo,
un final o un vínculo,
la complicada frontera que cada uno es.
Cruzar un puente: ironía sintáctica
apoyada en dos extremos
con todo el cuerpo extendido en el vacío.



La cola del taxi

La inminencia abruma al primero de la fila: no espera un taxi sino el Apocalipsis.
El segundo es más cauto: sabe que el fin del mundo es un asunto pendiente.
El tercero bosteza, tal vez porque el alma es aburrida.
El cuarto se apoya en un bastón y evita la caída: un movimiento socrático, adecuado a sus fines.
El quinto afloja la mandíbula y se muestra como es: la juventud termina cuando, por falta de fe, ya no somos capaces de representar un personaje.
El sexto mira hacia otra parte y se arregla la corbata: no siente la necesidad de la utopía.
Y el último, como siempre, no es el primero.

Pero, ¿qué piensa el taxista cuando alguien
le orienta su destino,
un azar elegido por la indiferencia?
También él, sin saberlo,
es una reducción inalcanzable
para el que pasa la tarde en la ventana
interpelando al yo, haciendo trampas.


De Escenarios. (Editorial Verbum)


XIII

Una buena respuesta del Quijote: yo sé quién soy, y lo sabía: era,
......además de ser quien era, el honrado hidalgo de Quijana, el moro
......Abindarráez, Vladovinos, los doce Pares de Francia y aun
los nueve Caballeros de la Fama.
.....................................................También
Sarah Bernhardt sabía quién era: cuatro cebras tiraban de su coche
por el Bois de Boulogne;
..........................................y
lo sabía también el que, negándose
a recibir visitas, pudo decir: yo en mi casa
soy de estar
o de no estar
.

..........Yo mismo
sé quién soy: percepción de la mano en la mejilla al afeitarme
más la constancia del que, propio
y ajeno en tierra propia,
suma días y traslados para saber dónde está;
que es como decir: convulsa la memoria del que viene siendo.

Todos
sabemos quiénes somos;
o dicho de otro modo: las certezas
suenan más verdaderas entre signos de interrogación.
............¿Dónde?
¿cuándo? ¿quién? ¿por qué?: red inestable
que se acumula en la persona
o en el hueco que ella deja cuando no está.

Y allá va la muchedumbre que me incluye: calle arriba
y abajo,
con las piernas hinchadas y
el rápido soslayo del que esquiva advertencias sobre él.


De El punto más lejano (Ave del paraíso Ediciones)



I

Siente piedad por sus testículos al borde de la mesa,
por su cabeza tan dejada de Dios,
por su hambre, porque nunca volverá a comer,
por su perra que ladra en el desierto,
por su memoria atolondrada
que lo hace orinar en los malvones.
Y luego de apiadarse, lo ata,
ausculta, desinfecta,
prepara los detalles: no siente piedad
dos veces por el mismo perro.



XIII

No sabe morir, pero es lo mismo.
Siente la raspadura
y piensa es la muerte.
La sospecha lo obliga a precaver,
lo vuelve astuto.

Circula sinemoción, buscando
sólo el alimento,
pero ¿qué hacer si las cosas pierden prodigio,
se achican
cuando se las ve de cerca,
y el hueso también se desmerece?
Inventa historias, hace planes
de huída, simula
un nuevo peso en los omóplatos;
pero no hay apuro: mañana
será el mismo día.

No sabe morir, no sabe
si va a morir, y se aproxima;
busca el hueso, la certeza,
amontonado como una cantidad.


De Perro de laboratorio (Editorial Corregidor)




Ese hombre ha salido de la boca de un metro en erupción
y está sentado allí, apagando el humo de su ropa.

La ciudad le circula por dentro: la florista una naranja en
un charco, alguien que se aferra a un diario y siente
vértigo, un grupo chilla con una euforia dislocada;
y en todas partes, rasgos intercambiables: una cara llena
de confusiones familiares.

El olor del café es un continente invadido,
el reloj de la pared opina mudo,
el hombre cruza los brazos, recubre su impostura,
y mira a la mujer que lo acompaña.

Ella no dice nada
y apaga también el humo de su ropa:
residuos de una erupción volcánica
o, quién sabe, homenaje de la noche anterior.


De Café Bretaña (Editoral Visor)

2 comentarios:

Mario dijo...

grosos orates y musas......

Anónimo dijo...

Mario, a ver si te venís este jueves, chabón...