La impaciencia te delata y define.
Reloj, agenda y almanaque.
Los años pasan
y la sabiduría no aparece.
Mira tu rostro en el espejo y dime
si has comprendido algo
de todo cuanto ocupó tu mente
horas y días, la complicada danza del amor,
las palabras que arrojas a este verso
en el momento en el que crees entender.
¿Qué haces? Poco más que escribir
títulos en una página.
El momento en el que crees
decir la verdad, te golpeas
contra el humo
y sueñas dolores inhallables.
Pasa una nube y hay en ella mil gotas,
una lluvia en la que aspiras reencarnar,
pasar por sobre ríos y montañas,
quedarte dormido en las alturas
—alma que vaga por lejanos países
sin más paisaje que esta música
en la que nada es cierto. Allí donde eras niño
y hubo grillos, la caricia del sol
y el discurrir leve de la arena,
los pasos del presente hieren
y las razones de la tierra
se clavan en tus plantas
y lo peor es
que estás obligado a sonreír
porque la alternativa fuera
saltar al mar de lo inexistente
y qué podrías decir en ese caso.
Porque has perdido el don
y te disfrazas,
buscas que nadie se dé cuenta,
mueves los brazos,
finges vuelos,
gritas
y en el final presumes
que debes agregar unas palabras.
Otro error.
Qué bello, che! Esa capacidad de Lewin por dialogar consigo mismo y con quien de paso se puede identificar tan claramente, incluido el amor y la vida.
ResponderBorrarAbrazo, Orates!