lunes, 16 de julio de 2007

algunos poemas de Jorge Fondebrider

Alfabetos

El ronco mecanismo de un motor hace que el vidrio vibre.
La noche es gutural, es consonante
y apenas pasas las horas subrayadas
por el ruido sordo de la estufa,
del ascensor que baja,
de una sirena salida de las sombras.
La lengua del insomne se apoya en cavidades
y el aire transcurre por los huecos
que le deja el entresueño a la vigilia.
Los días, sin embargo, son vocales
delante de un espejo, la radio, el desayuno,
cerrar con doble llave y ver el mundo
golpeando contra el yunque de la luz.
Y así resultan sílabas porfiadas,
que, unidas, confirman las palabras
de la mañana misma, cuando empieza
la propia oscuridad.


El Liffey

Cuando se sale el primer día del hotel
el mundo es siempre muy hermoso. Y está el Liffey.
El cauce de este río, que arrastra poco agua, divide la ciudad:
de un lado están los pobres con sus voces y el pelo colorado;
del otro, el sur que piensa detrás de las puertas amarillas.
En las orillas negras no hay pájaros ni nada.
Sólo hay un lecho oscuro
como las chimeneas de la ciudad de Dublín
que humean para el viento, exactamente al sur,
en el extremo justo del invierno
cuando son frías las monedas.


Una razón

Busqué una imagen que no entra en el presente austero y obligado de estos días.
Los pensamientos que ahora, apenas hilvanados,
dependen de la agenda
remiten a un pasado que ya no reconozco como propio.
Por eso canto el mar, que me es ajeno.

Lenguas

Eliot dijo que podemos conmovernos
oyendo recitar un poema en una lengua de la cual
no entendemos ni una sola palabra.
Por eso fui, para escuchar
a qué sonaba eso.
Y aquel poeta que
parado delante de un atril y un poco despeinado,
probablemente no sabía que yo era un extranjero
que me había elegido a mí.
El hombre recitaba mirándome a los ojos.
Yo quería, y en realidad deseada,
justificar mi tiempo oyendo recitar esos sonidos, conmoverme.
Después de cada verso él me observaba
haciéndome su aliado, pidiéndome el apoyo
que sólo una mirada que no entiende puede dar
mientras el mundo tiembla en el espacio
y dos personas piensan.


Tesorería

Darwin observa los pinzones.
Después, en Inglaterra, afianza su teoría
y Spenser la corrompe.
Habrá entonces que esperar por más de un siglo
a que los genios locales se den cuenta
de que pagando un mes después
y un viernes por la tarde,
la plata de un cheque miserable
trabaja el sábado y domingo,
y la ganancia aumenta
a expensas del trabajo de los otros.


Alejandro

No fue por el tío de mi padre,
que se hizo rico fingiendo ser un óptico en los pueblos de provincia
y me llevaba al jockey club a ver a sus caballos.
Ni fue por ese primo al que le dimos techo
y una sombra de familia cuando lo echaron de la casa,
pero ni siquiera vino a los entierros.
Por otra parte, Martín no me gustaba
y ella no quería José Luis,
Gustavo apenas prosperó por unos días
y no pude convencerla de Guillermo.
Por eso fue Alejandro, que nos encuentra grandes,
cansados de antemano,
con muy poco dinero,
muy contentos.


Jorge Fondebrider
de Los últimos tres años (Libros de Tierra firme)

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