Un cielo al descubierto
Arrojaste una piedra
al baldío. Ahí voy
hacia el hueso del padre.
(Qué muerto.)
Pero la sombra de la vela
mitiga el nombre. En su luz
se deletrea. Y como de un incendio
la red del alambrado se abre:
jardín de cuerpos
hasta mi ojo.
Concentra la sombra los llamados
de cualquiera de los Campos.
La vela, deshecha.
Uno me agarra, tiene fuerza, el brazo,
el hueso. Canto (no sé si por fugarme):
-¿no ves que estás ardiendo?
Bárbara
Ese cuerpo excesivo
aún después del strip-tease
es tan leve como el mejor
afiche ante mis ojos.
La estética del poster
me hace sonreír
y mecerme en la silla de mi casa
(al compás del ritmo ajeno).
¡Ah! es exactamente igual
Que ofrezca Bárbara su carne
-de verdad, de mentira-
para mí.
Su nombre acerca a mi memoria
el poema de Prevert
aunque ella insista: “mirá, también me llamo Sonia
y no hay en mis manos ni crimen ni castigo”.
Pero ninguno de estos recuerdos
sirve esta noche,
ella está allí, quitánsoe siempre
su ropa dorada, justamente para llevarnos al olvido
y su cuerpo es un mapa perfecto,
un territorio para abrazar,
arrojar monedas,
atrasar relojes.
De pronto ya no sé qué sucede.
No hay ruido de pulseras en la habitación de al lado
y la música que sale de la radio,
la música que despierta a los vecinos,
me afecta el sentido del gusto, la clarividencia.
Un hombre, otro hombre,
abraza a Bárbara.
Bárbara tristeza la del hombre
que la abraza y no apaga así
sus lágrimas de carne.
Pero el llanto es de los dos
y valen nuestras monedas.
Regional
Están sanos los cítricos del norte.
“Erradicada la enfermedad”, dicen los diarios
y eso (hoy) es lo único que importa.
Entonces mordamos los frutales
como si fueran pulpa de Las Gracias
o de Venus, su mismísima madre.
Que el jugo caiga desde mi boca
hasta tus pies
que se deslice (¿sin salpicar la suntuosidad
de los objetos: mosaicos, collares venecianos,
automóviles?)
y ascienda de tal modo que toque las estrellas.
Así la deuda mía, hermanas,
se hará inmensa como un cielo de provincias.
¿Pago demasiado para recibir la textura de tu voz
o es por el aliento de naranjas?
¿No es raro acaso que la geografía,
como otra Venus, como nuevas Gracias,
nos entregue sus tajadas?
En torno
En el hospital, ese médico
me dice: no vengas hacia mí.
En la sala ( donde somos siete
las mujeres), el amado no traspasa
el umbral.
El médico hace gestos, le insiste:
sáquela, rápido, sáquela
de aquí.
No puedo, repite el amado, ella,
su otra sangre, y llora (se asombra
de sí, se busca en los vidrios,
quiere verse, verse
y no sabe lo que dijo).
Ni Bárbara ni Sheila ni Luva
ni Mara ni Patricia quieren
lo que escuchan. Por eso bailan.
El médico hace un corte
en la matriz
como un patriarca.
Le muestra: la misma sangre
pero el amado ve otra cosa.
¿Y qué hacer, y qué,
si ve otra cosa?
Bárbara, Sheila, Luva,
Mara y Patricia me están llevando
lejos, lejos,
a entornar la sangre.
Madrugadas
Se enfermó
de tanta belleza vana.
Lo acompañaba, entonces, al prostíbulo
como quien acompaña al hospital.
Cada madrugada, ante la puerta
del letrero luminoso, veía
a esa misma vendedora de periódicos
soltar su paquete, sentarse encima,
adormecerse. Sin fuerzas, ella.
Sin fuerzas yo,
solté, me adormecí.
Superposiciones
Estoy por entrar, advierte
desde el extremo de un país
medio habitado.
Después, un silencio largo
y los recuerdos, descansados,
me envuelven
la nariz.
Retorna el olor de escuela pública,
la sorpresa de ese olor, el mismo
de los bares nocturnos,
Sobre todo en las ciudades.
Tal vez porque ahí
las jóvenes mujeres que se inclinan
a la barra, aburridas y risueñas,
fueron a mi escuela
o a la tuya.
O porque están aprendiendo a no ir.
Cuando el silencio se mueva
y él, aliviado,
casi feliz esta noche, me cuente
de una nueva dulzura
de una Bárbara casi niña
no sabrá que ella ( su cuaderno,
su compás, el redondel de tiza),
en ese preciso paréntesis
estuvo aquí.
Susana Szwarc.
Del libro “Bárbara dice:”
(Alción Editora)
ajá...
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